El Servicio

Me enteré porque me contó un conocido; no porque le preguntara, sino porque salió el tema de conversación; de hecho, tiene tiempo ya que ni veo a esa persona. Al principio no le di importancia, pero es una de esas cosas que simplemente recuerdas como por conocimiento general, como el nombre de las calles o los restaurantes predilectos, tal vez esto con algo de morbo.

La verdad nunca pensé que lo usaría, pero ahora parece que es inevitable y necesario, yo lo sé.

Para algo así se necesita un buen dinero, por eso estuve ahorrando por un tiempo hasta que creí tener lo suficiente.

Entonces ayer por la noche, no muy noche, por ahí de las nueve, entré en aquel barrio bajo de la ciudad, mal iluminado, deteriorado y caótico, con ruidos de gritos de discusiones, alarmas de autos y ladridos. Caminé por las banquetas angostas y sucias un rato buscando la calle; no podía detenerme por la inseguridad del arrabal y menos por la cantidad de dinero que traía en la bolsa derecha de la chamarra vieja y aguada que me había puesto para disimular mi procedencia. Comenzaba a angustiarme un poco más al no dar con la calle cuando vi una placa de metal oxidado pobremente colgada con un par de clavos sobre la pared gris y agrietada del edificio de una esquina. Allí di la vuelta y busqué disimuladamente el número cincuenta y cuatro; seguramente no era el primero que acudía confuso a aquel lugar. Llegué así al número y me paré frente al edificio. Era angosto, de tres o cuatro pisos, no muy sobresaliente de los de alrededor. La puerta de metal, negra, oxidada, tenía tres ventanas sin vidrios en la parte más alta, pero no dejaban ver nada hacia adentro; las luces estaban todas apagadas y apenas podían verse a la derecha de la puerta los timbres en hilera, diez o tal vez más; no se distinguían números ni marcas, así que conté de arriba hacia abajo hasta el cuarto; toqué primero ese y después de unos segundos el quinto, como sabía que debía hacer.

Desde dentro se oyó a alguien caminar hacia la puerta, acercándose con pasos pesados. Pasó la llave por la puerta y la abrió.

-¿Qué se le ofrece?

era un hombre de buena estatura, algo fornido y con voz un poco grave. Pregunté por Román. Entonces el hombre me dejó entrar cuidando de abrir sólo lo suficiente para que yo cupiera. Inmediatamente después volvió a cerrar la puerta con llave.

Por dentro el edificio era no más agradable; no había luz por ningún lado y el hombre se limitó a decirme

-Sígame

y pasó frente a mí. Yo sólo pude seguir sus pasos esperando no tropezarme. Después de unos pocos pasos llegamos a unas escaleras. Subí cuidadosamente los escalones que eran altos y disparejos. Al llegar al primer piso, en medio de ese otro pasillo se veía luz que venía del bies de debajo de una puerta. Escuché al hombre tocar primero dos veces, luego tres y después otras dos. Abrieron la puerta por dentro y la luz me destelló un poco. El hombre entró y yo tras él.

Dentro del cuarto se parecía a una sala común de clase baja. Sillones rojos viejos, suelo de lozas con figuras en mosaico que se veían ya fuera de uso y bien percudidas, una mesa al centro con cigarrillos y cervezas a medio tomar. Había cinco hombres, más el que me había guiado y yo. El quinto de esos hombres estaba sentado en el sillón individual, con las manos sobre las coderas y ambos pies bien puestos en el suelo; en su mano izquierda sostenía un cigarrillo consumido a más de la mitad; vestía no muy mal, ropa común, vieja, una playera blanca con dibujos que se distinguían con esfuerzo de unas ranas y un pantalón negro, tenis no tan desgastados, pelo corto y barba también corta y descuidada; un aspecto no muy distinto al de sus compañeros.

-¿Cómo va a ser? Dependiendo de eso va el precio.

-¿Cómo puede ser?

-Espantado, fregado o bien jodido mano.

-Algo así como bien jodido.

- Algo así como bien jodido te viene saliendo en quince mano. Pagas ahorita o después del trabajo, pero si te quieres pasar de cabrón te tocará a ti güey.

-Sí, lo pago ahorita.

-Bueno... Tienes que decirnos nombre y dirección, por lo demás nosotros vemos que pedo.

-Davis Hernández, calle Juan Soto número cincuenta y ocho, colonia centro.

-Apúntale Chivo. Bueno... ¿como en cuánto tiempo?

-¿Cómo que tiempo?

-¡¿Cuándo quieres que nos chinguemos al güey?!

-A. En... ¿Cuánto pueden?

-Mañana, pasado, en una semana... cuando quieras papá.

-A. Pues que sea... mañana.

-Pues ya estás. Nada más falta el varo güey.

Metí la mano a la bolsa profunda de mi chamarra.

-Tomen, así estamos a mano.

Un hombre pelirrojo me recibió los billetes enrollados.

-Son como veinte- dijo él.

-Estamos entonces mano. Mañana lo visitamos. ¡Negro, llévalo a la salida!

El hombre que me llevó de ida tomó camino de regreso y lo seguí. Salí y cerró la puerta tras de mí. Tomé el camino de vuelta. Salí de aquel barrio y volví a mi casa, en la colonia centro.

David Hernández

1 comentario:

Pepe dijo...

Es mejor que suicidarse. Malditos cuentos grises, son como el videos del Gato detective aquel, te arrullan mientras lo lees. Son sublimes pero no excesivos.

¿Ésta historia se las contó Felix? ¿y el autor el también el personaje principal?